viernes, 12 de diciembre de 2008

Umberto Eco y Carlo María Martini


UMBERTO ECO Y CARLO MARIA MARTINI



Unas Navidades de la presente década las pasé muy a gusto con la familia de mi hermano (así me llama él en la dedicatoria y yo no haré menos) Enrique Morales Buen Romero, actual prior del convento de las Hnas. del Buen Oficio y las Buenas Maneras, allá por los rumbos de Naucalpan; nada más ver la fachada recién adosada, los ventanales con sus respectivos balcones barrocos y las puertas con múltiples cerraduras, uno sabe que está en el lugar apropiado para el recogimiento, los deleites del espíritu, el vino tinto y el tequila. Pero bueno, en ese año que digo, la cena de Navidad se hizo en otro sitio cercano. Terminada la fiesta Enrique y su servidor, regresamos al priorato, donde todas las hermanas ya estaban recogidas en sus respectivas camarillas.

Ya fuera de rollo, lo que quiero contar es que Enrique me regaló y dedicó en recuerdo de haber compartido esas fiestas navideñas, un librito publicado por Taurus, que se llama “En qué creen los que no creen”, que contiene un prólogo muy inspirador de Esther Cohen y el texto se refiere básicamente a una serie de conversaciones entre Umberto Eco y el cardenal Carlo María Martini, sobre la posibilidad de la generación de una ética más allá del discurso cristiano. Un banquete de principio a fin; Eco empieza con un excurso de por qué se dirige al cardenal Martini por su nombre de pila, sin considerar ni los títulos académicos o eclesiásticos, pues en el nombre reside “el capital intelectual” y ciertamente, como abunda el interlocutor de Martini, llamaría Agustín de Tagaste y no Agustín, obispo de Hipona a san Agustín.

Conociéndome como me conoce Enrique, intuyo que el regalo era plan con maña porque durante toda la tarde, tequilas en mano, habíamos conversado sobre cuestiones de fe y yo más o menos ingenuamente le habría confesado que andaba desde tiempo nadando en aguas turbulentas, pero en paz y sin hacer concesiones a los misterios aprendidos en la infancia, todo ello sin perder de vista, la caricia de una idea parece que de Rahner, o así la recuerdo, de que en algún momento de la vida uno talvez estaría dispuesto a decir: está bien, me rindo y reconozco que ganaste la partida.

Pues no, o no todavía, pero el Enrique este, me parece que puso el pie en el quicio de la puerta, porque casi al final del librito ese; vamos, en la penúltima página el mismo Umberto Eco, suelta una idea que no me deja de resonar y es lo que quiero compartir en estas Navidades como fuente de alegría que no se agota. Dice: “supongamos que el hombre es producto del azar, mortal, condenado a tener conciencia y que para encontrar valor para esperar la muerte, se convierte en animal religioso y construye narraciones capaces de ofrecerle una explicación y un modelo. Y entre lo que imagina, encuentra una con fuerza religiosa, moral y poética como el modelo de Cristo, del amor universal, del perdón a los enemigos, de la vida ofrecida en holocausto para la salvación de otros. Si fuera yo un viajero de galaxias lejanas, admiraría subyugado tanta energía teogónica y redimiría a esta especie miserable e infame, que ha cometido tantos horrores, sólo por haber logrado desear y creer que todo eso sea la Verdad”. Pienso que desde aquellas Navidades con Enrique, quizás he aprendido a callar más y dejarme asombrar aún más. No cedo pero soy algo más cauto con mis respuestas sobre lo que ciertamente ignoro, pero me gustaría saber.
Felicidades a todas y a todos