domingo, 23 de diciembre de 2012

El fin del mundo, una cuestión personal y de conciencia


Me atrevo a escribir estas líneas, “a toro pasado”, después de la fecha publicitada o reinterpretada por intereses ajenos a la cosmovisión maya, pero quería estar seguro de seguir existiendo en este mundo para atreverme a plasmar algunas ideas, pues si ahora estuviera en otros mundos probablemente no tendría  o no sabría cómo usar las herramientas necesarias para comunicarme; nótese que va implícita la idea, deseo o anhelo de “vivir” en otros mundos, después del colapso del que conozco, como si ello fuera una cuestión inherente a la condición humana. La verdad es que no sabemos gran cosa o nada sobre otra u otras vidas, aunque cabe la posibilidad de que la raza humana construya a base de algoritmos ese más allá ofrecido por las industrias del perdón.
Crecí con mis abuelos maternos y me formaron en una cosmovisión religiosa católica de corte tradicional,  aprendí como cualquiera de mis contemporáneos, el catecismo del Padre Ripalda, s.j.y la idea del “fin del mundo” estaba presente en el lenguaje cotidiano de mi abuela Doña Francisca, como una cuestión natural, como decir está lloviendo o la luna está llena, aquello carecía de una carga apocalíptica significativa, pero por si acaso había que llevar una vida ordenada, so pena de ser expulsado del Paraíso y enviado  al mundo del fuego eterno.
Sin embargo el fin de mi mundo llegó cuando mi abuela falleció, hacia mis diez y seis añitos, el dolor  fue tal que el cielo con todo y nubes, daba vueltas y vueltas hasta que desfallecí, aunque en esa caída experimenté la conciencia de que la vida y la organización familiar como la había vivido, llegaba a su fin y tuve claro para mis adentros que así debería ser el fin del mundo del que hablaba mi abuela, una cuestión personal; cuando recobré la conciencia, tenía claro que yo y nadie más que yo, tenía que hacerme cargo de mí, que empezaba un nuevo ciclo, de búsquedas, preguntas, significados, sentido. Mirando en retrospectiva me parece que el fin lleva consigo el germen de lo nuevo, ignoro si siempre es así, pero podría ser.
Al darle vueltas a estas ideas, pienso en los mundos arrasados por Alejandro Magno, o el fin de Tenochtitlan, y de tantos mundos aparecidos y desaparecidos, parece un “eterno retorno”; así mundos y especies van y vienen hasta que la estrella que ilumina al planeta Tierra, dentro de cinco mil millones de años, que parece mucho en tiempo lineal, aunque en tiempo circular es otra cosa, empiece a declinar, hasta que todos el sistema solar termine engullido por el dizque “padre” Sol, reverenciado por tantas  culturas, pero que carece de conciencia o cosa parecida, aunque no falte quien en pleno siglo XXI, se aligere de ropas, suba a pirámides y abra los brazos para mejor recargarse de energías de ese astro, prueba de que el pensamiento mágico permanece.
Cabe preguntarse si ese será el fin final o los descendientes de la especie humana habrán emigrado a otros mundos, tratando de escapar de todo fin del mundo. Lo maravilloso es que los seres inteligentes y conscientes de entonces, tendrán nuestras semillas genéticas y de alguna forma viviremos en sus algoritmos. Todo depende claro está de que el hombre se humanice y termine de entender que la comunidad es más importante que el individuo, como el experimento de cierto pueblo “escogido” en el pasado inmediato de esta especie.

jueves, 20 de septiembre de 2012

El perdón, un asunto de salud


                                           El perdón, un asunto de salud
                                            Carlos Castellanos Rivera

A falta de espacio que nos permitiera conquistar y exponer el concepto de perdón, hablaremos de tal, en términos más de corte operativo-existencial.
Por diversas razones la cuestión del perdón se sienta en la mesa de lo cotidiano, en el calendario judío existe una fecha solemne destinada (consagrada quizá es el vocablo correcto)  a ello (Yom kipur), aunque más allá de los referentes religiosos, es un tema presente en las relaciones humanas, de ahí que podamos afirmar que es un acontecimiento relacional, pues no existiría tal asunto y necesidad, si no viviéramos relacionados unos con otros, aunque puede ocurrir que esa relación también sea con uno mismo, la persona cuando piensa y reflexiona entra en tratos consigo misma, se relaciona consigo, digamos por mediación de otro fenómeno que también sería necesario abordar, la conciencia.
Así que en la relación ofensor-ofendido puede aparecer en el segundo, la necesidad de perdonar al primero, probablemente para aliviar un cierto pesar, carga o resentimiento que siente que a la larga le mina internamente y le impide cierta reconciliación con ese otro, el ofensor, ya sea persona, entidad o divinidad; cabe decir que el resentimiento es diferente a la cólera propia del momento de la ofensa, que surge y se diluye, como reacción fisiológica que es,  pero el primero, puede permanecer largamente, haciendo su trabajo de desgaste y consumiendo energía vital, destrozando el sistema inmunológico y dando paso a padecimientos físicos (somatización). Así que perdonar deviene en una cuestión de salud, en todos los sentidos, tanto para el ofensor como para el ofendido.
 En la película La Misión (1986) protagonizada por Robert de Niro y música conocidísima de  Ennio Morricone, la dimensión relacional es transparente, porque a raíz de un conflicto fraterno suscitado por disputas afectivas, el capitán Mendoza, cazador de esclavos,  hiere de muerte a su hermano,  pasado el momento de cólera, el ofensor entra en depresión y tormentos, del que sólo es liberado por sus antiguas víctimas guaraníes, a quienes se une en sus avatares libertarios hasta el último aliento. Si bien el hermano asesinado no recobra la vida, sí se cierra el círculo virtuoso relacional de equilibrio entre víctimas y verdugo, pero es un proceso relacional de: arrepentimiento, reparación, comprensión del otro, voluntad de reconciliación de todas las partes, nadie queda fuera del sistema como tampoco los sentimientos y emociones de unos y otros.
 Pero vale la pena detenerse un poco, porque la “cuestión” tiene cierta complejidad que pasa necesariamente por un proceso de reflexión de algunas de las siguientes consideraciones.
Es un acto libre. El ambiente social nos dice, pide o hasta demanda, que uno perdone, a manera de exigencia, pero el que va a perdonar, habrá de examinar internamente y tener muy claro, qué cosa ha de perdonar y si se siente en ánimo de ello, si es el momento, y si la voluntad está en esa dirección; no cabe la coacción, de lo contrario será un acto teatral que se va a revertir con mayores perjuicios.
La justicia deberá estar presente. El ofendido, al perdonar no renuncia a sus derechos, es necesaria la asepsia en la convivencia comunitaria, de lo contrario podría incitarse a la instauración de las tiranías, injusticias y otros males. Es ineludible que el ofensor realice actos concretos de reparación del daño.
La responsabilidad. En todo caso, nadie está exento de responsabilidad moral, porque si bien es cierto que el ámbito del inconsciente tiene dinámica propia, es asunto del ofensor pensarse las cosas dos veces (acto reflexivo) antes de soltar cualquier manifestación de agresividad. Es tarea de la sociedad, mediante las normas de convivencia, asentar que las acciones tienen consecuencias y que tendríamos necesariamente como miembros de la comunidad, que estar protegidos por leyes justas. Sabemos de sobra que legalidad no es sinónimo de justicia, ni de equidad.
El olvido. Este recurso no es una opción que acompaña al perdón porque estaríamos negando, dos cosas: una, la oportunidad de aprender de la experiencia de agresión, tanto de uno mismo (profundizar en el autoconocimiento), como del otro-agresor, de cómo reacciona, cómo está configurado, para que actuemos preventivamente, diseñando escenarios futuros porque existe la posibilidad de la reincidencia agresiva; aquí cabe la segunda:  es imposible ir por la vida haciendo el juego a la ingenuidad, pues la realidad histórica es compleja, injusta y generadora de injusticias, lo que exige marchar por la vida estratégicamente, también en dos sentidos:  conociendo el terreno en el que vivimos, qué peligros existen y cómo prevenirlos, pero además, como sociedad examinar cómo hemos contribuido a construir escenarios inequitativos y qué podemos hacer en la formación ética de nuestros propios ámbitos de convivencia. De suyo este es un campo de tal complejidad, donde la participación individual y comunitaria en la construcción de escenarios de mejor convivencia humana es indispensable.
 Perdonar también puede interpretarse como un acto de neutralización del poder que el agresor ejerció sobre el agredido, que es una forma de que esa experiencia tenga fin, un hasta aquí, un ya no me afecta, porque esa es la decisión del ofendido, que tampoco renuncia a tomar las medidas necesarias para protegerse; de esta forma, el perdón es una cuestión que compete al ámbito humano, le planta cara al acontecimiento, de lo contrario dejaría la responsabilidad en un referente de divinidad, que como dice Aristóteles al referirse a la felicidad, que aún “cuando –esta, - no sea enviada por los dioses, sino que sobrevenga mediante la virtud y cierto aprendizaje o ejercicio…” Libro I; 9.15-20 de la Ética Nicomáquea. Gredos, el perdón implica de la misma forma,  proceso, aprendizaje y ejercicio. El tema de fondo es la felicidad humana y probablemente el ejercicio del perdón sea un escalón en ese ascenso de espiral, donde vemos el mismo fenómeno en distintos momentos y nuestra mirada transformada, podrá aprender de las experiencias dolorosas, que nadie las busca, pero acontecen, algunas se podrían evitar, otras son francamente inevitables, pero ambas son maestras.
En síntesis, perdonar es una herramienta conducente al bienestar, la salud física y mental de la persona ofendida y del ofensor, que como hemos dicho no es un acto espontáneo sino reflexivo; otras alternativas como la venganza o la respuesta violenta tienen limitaciones de fondo, porque la primera, produce una satisfacción sólo pasajera y no humaniza, la segunda genera más violencia, que imposibilitaría la convivencia humana.
Como todas las cosas de la existencia humana, la cuestión del perdón es un proceso que conviene llevarlo con una dosis de paciencia que le abra la puerta a la quietud necesaria para escuchar el silencio, que es la plataforma donde se manifiestan los movimientos de la interioridad, materia prima del discernimiento. Claro está que para saber qué hacer ante los acontecimientos es indispensable aprender –otra vez en proceso- a escucharse cuidadosamente.
Bibliografía: Aristóteles, Etica Nicomáquea, Gredos; Vinicio Joaquín Morales, Procesos de perdón y autoperdón en las relaciones interpersonales y grupales, Revista Diakonía, XXXIV, julio-septiembre, 2011; José Luis Aranguren, Etica, Alianza Universitaria Textos. Tercera reimpresión 1985.