Me atrevo a
escribir estas líneas, “a toro pasado”, después de la fecha publicitada o
reinterpretada por intereses ajenos a la cosmovisión maya, pero quería estar
seguro de seguir existiendo en este mundo para atreverme a plasmar algunas
ideas, pues si ahora estuviera en otros mundos probablemente no tendría o no sabría cómo usar las herramientas
necesarias para comunicarme; nótese que va implícita la idea, deseo o anhelo de
“vivir” en otros mundos, después del colapso del que conozco, como si ello
fuera una cuestión inherente a la condición humana. La verdad es que no sabemos
gran cosa o nada sobre otra u otras vidas, aunque cabe la posibilidad de que la
raza humana construya a base de algoritmos ese más allá ofrecido por las
industrias del perdón.
Crecí con
mis abuelos maternos y me formaron en una cosmovisión religiosa católica de
corte tradicional, aprendí como
cualquiera de mis contemporáneos, el catecismo del Padre Ripalda, s.j.y la idea
del “fin del mundo” estaba presente en el lenguaje cotidiano de mi abuela Doña
Francisca, como una cuestión natural, como decir está lloviendo o la luna está
llena, aquello carecía de una carga apocalíptica significativa, pero por si
acaso había que llevar una vida ordenada, so pena de ser expulsado del Paraíso
y enviado al mundo del fuego eterno.
Sin embargo
el fin de mi mundo llegó cuando mi abuela falleció, hacia mis diez y seis
añitos, el dolor fue tal que el cielo
con todo y nubes, daba vueltas y vueltas hasta que desfallecí, aunque en esa
caída experimenté la conciencia de que la vida y la organización familiar como
la había vivido, llegaba a su fin y tuve claro para mis adentros que así
debería ser el fin del mundo del que hablaba mi abuela, una cuestión personal; cuando
recobré la conciencia, tenía claro que yo y nadie más que yo, tenía que hacerme
cargo de mí, que empezaba un nuevo ciclo, de búsquedas, preguntas,
significados, sentido. Mirando en retrospectiva me parece que el fin lleva
consigo el germen de lo nuevo, ignoro si siempre es así, pero podría ser.
Al darle
vueltas a estas ideas, pienso en los mundos arrasados por Alejandro Magno, o el
fin de Tenochtitlan, y de tantos mundos aparecidos y desaparecidos, parece un “eterno
retorno”; así mundos y especies van y vienen hasta que la estrella que ilumina
al planeta Tierra, dentro de cinco mil millones de años, que parece mucho en
tiempo lineal, aunque en tiempo circular es otra cosa, empiece a declinar,
hasta que todos el sistema solar termine engullido por el dizque “padre” Sol, reverenciado
por tantas culturas, pero que carece de
conciencia o cosa parecida, aunque no falte quien en pleno siglo XXI, se
aligere de ropas, suba a pirámides y abra los brazos para mejor recargarse de
energías de ese astro, prueba de que el pensamiento mágico permanece.
Cabe
preguntarse si ese será el fin final o los descendientes de la especie humana
habrán emigrado a otros mundos, tratando de escapar de todo fin del mundo. Lo
maravilloso es que los seres inteligentes y conscientes de entonces, tendrán
nuestras semillas genéticas y de alguna forma viviremos en sus algoritmos. Todo
depende claro está de que el hombre se humanice y termine de entender que la
comunidad es más importante que el individuo, como el experimento de cierto
pueblo “escogido” en el pasado inmediato de esta especie.
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